En el maestro encontramos la diferencia. Incluso dentro de un mismo centro educativo y nivel, cuando hay varias líneas, se percibe esta verdad incuestionable. No sólo es la configuración de la clase, el grupo de alumnos o las optativas en los curso superiores, sino el maestro. En él examinamos los factores de verdad decisivos. Por el trato con el alumno y, sobre todo, por su profesionalidad al dirigir y pautar el grupo clase.

Imaginemos que la clase se va de excursión y está en movimiento por el campo. Un año entero de viaje. El profesor debe guiar el itinerario. Los esfuerzos, las paradas, las compañías, las ayudas, los retos, los tiempos individuales [los grandes olvidados del ritmo común]. El que está al frente y lidera es quien decide qué sí y qué no, cómo sí y cómo no. Y lo hace con sus solas fuerzas, no pocas veces en contextos paralíticos y desmotivadores. De ahí que su energía sea de vital importancia para el resultado final. No sólo por la fuerza, sino con la simpatía, con el silencio, con la atención merecida y con su autoridad forjada. Su tarea no es ganarse la simpatía de los padres, que hoy confunde, sino el buen gobierno y em ejercicio constante y moderado.

Se diga lo que se diga, el maestro es el primero en notar la importancia de su educación integral. Siendo fundamental su calidad humana y pericia en el trato cordial, paciente y honesto con el alumno. No vale cualquier cosa. De verdad que el maestro es la diferencia hoy y por mucho tiempo. En según qué orden de la vida será eternamente insustituible.