Las interrupciones rompen el normal desarrollo en curso. Todo iba en una dirección, centrado y atento, cuando de repente ocurre algo. Se hurta entonces el potencial, por sorpresa. La interrupción es la versión no romántica de lo inesperado. Además suele sentirse con molestia, fastidio e incomodidad. Un cuadro general vírico, una erupción circunstancial. En resumen, una ruptura «cásual», «en plan» no me domino a mí mismo.

Cuando hay interrupciones, molesta. Cuando no las hay, también. Porque el género humano, así de tonto, está dispuesto a quejarse de cualquier cosa que viva. Sólo hace falta tener memoria, aunque sea escasa, para llegar a la contradicción. De ahí que, si eliminamos la memoria, acabamos con un gran malestar. Que es lo que hoy ocurre. Al no tener malestar ninguno por la propia contradicción, se puede decir cualquier cosa que nadie, salvo algún friki, lo tendrá en cuenta. Lo que hoy hay que hacer es no interrumpir el sueño de quien duerme su comodidad babeando infantilismos en su mayoría de edad.

No hay repetición que valga si algo ocurre y lo rompe todo. No hay dejarse llevar suficientemente fuerte. No hay otra pastilla, ni azul, ni roja si ha dolido el sol. No hay cinismo que cure el sangrado anímico de los sinsabores hipócrita. No hay seriedad más seria, ni ironía más plácida que la de rendirse en la confianza, como en un salto de fe. No hay, de verdad lo pienso, mejor compañía que la pertenencia común, que el recuerdo cotidiano, que la simpatía compasiva, que el amor que puedas decir que es verdadero y honesto. De la risa, mejor no fiarse. De la adulación, huir. Pero el amor es valiente y lucha contra la muerte.