Empecé en Secundaria hace 11 cursos y al mismo tiempo me matriculé en Magisterio de Audición y Lenguaje. De modo que al segundo (y tercer) año tuve que compaginar las clases con los mayores con el tiempo de prácticas. La situación era la siguiente: daba clase arriba, a los de 4ºESO, y luego bajaba a Infantil. Quitando el tiempo que dedicaba a otras responsabilidades en el colegio, esto resumía mi jornada. El verbo «bajar» señala aquí algo mucho más que algo físico, que también; se trata de una situación absolutamente distinta.

Reconozco que mi lugar está con los más mayores del colegio, pero valoro enormemente lo que me ofreció esta posibilidad en cuanto a valoración de mis compañeros de trabajo de todos los niveles y etapas, a la visión de un centro educativo en su conjunto y a flexibilizar prácticas y metodologías. Sinceramente creo que todo aquel que pueda debería hacerlo.

  1. Dejarte enseñar por los compañeros. En este caso compañeras, que me veían más perdido que un pez fuera del agua. Lo que se aprende en Magisterio, como pura teoría, en ocasiones no encaja con la marcha cotidiana del colegio. Digamos que sentí que empezaba de cero, con muchos miedos y sabiendo que mi ritmo era otro. Mis compañeras me acompañaron en todo, me explicaban con detalle lo que íbamos a hacer, salían al paso de mis torpezas con alegría. Aprendí muchísimo de esta relación en la que ayudarnos como compañeros era esencial. Tuve la oportunidad, además, de fijarme no sólo en lo que hacía mi tutora de prácticas, sino que compartía momentos con otras maestras.
  2. Atender con mucho cariño a los alumnos. Hablo de muchachos tan pequeños que te tienes obligatoriamente que agachar para estar con ellos y escucharlos, que sufren con desconsuelo y se encuentran perdidos. Esto de «agacharse», que ya físicamente en Secundaria ni siquiera se puede hacer, sí debería estar muy presente en educación: agacharse, acercarse, hacerse pequeño, aproximarse lo máximo posible. Para empatizar con ellos, para comprenderlos mejor, para no juzgar desde no sé qué atalayas y mundos.
  3. El papel primordial de las familias. Diariamente las familias acompañan, no puede ser tampoco de otro modo, a los niños y niñas, y luego los recogen. Así día a día, de tal manera que no son pocas las veces que maestra y familia cruzan unas palabras, comentan brevemente algo, o se dan avisos. De  una parte y de otra. Hay una cierta compenetración que se va tejiendo entre escuela y familia, indispensable para el pequeño. Que por cierto, ¿qué pensará cuando ve tan cercanos a sus adultos de referencia? Por otro lado, se nota la impronta de cada familia en el niño. En muy pocos años es patente, clara, nítida. Visto el niño, conocida en parte la familia. Y esto es para hacérselo mirar, sentir vértigo y una enorme responsabilidad. En Secundaria, que sigue ahí la huella dejada, cuesta más hacerlo entender y asumirlo como propio.
  4. Tener mucha paciencia. Recuerdo el primer día que me dejaron solo en la clase de 5 años, que es la de los mayores de Infantil. Y recuerdo el miedo que sufrí. Tocaba rincones y estaban todos los alumnos dispersos, cada cual con lo suyo, un cierto jaleo en el aula, y niños una y otra vez acercándose para solucionar sus problemas. ¡Paciencia, me dije, son niños y saben ya lo que tienen que hacer! Todo fue bien, nadie se hizo nada, yo aprendí más que ninguno ese día.
  5. Dividir los aprendizajes. El trabajo metodológico de Infantil, Primaria, de las maestras de Pedagogía Terapeútica y Audición y Lenguaje es espectacular. Los profesores de Secundaria y Bachillerato todavía están (más quizá cuando yo empecé todo esto) centrados en contenidos y actitudes, pero sin reflexión seria generalizada sobre cómo se aprende mejor, cuál es el camino más fácil y qué complejo es hacerse cargo de ello. Nosotros, hablo como profesor de Secundaria, tenemos de fondo una música que nos dice algo así como: «Si está aquí, esto tiene que poder aprenderlo. Y punto.» Pero se nos olvida la complejidad, sus dificultades y retos. En Infantil todo está pensado para que sea fácil, escalonado, sencillo, visual, asequible, gustable, disfrutable. Recuerdo un diálogo en el claustro en el que se plantaba cómo enlazar con sus aprendizajes previos. ¡Ojo, que son niños de 3 a 5 años! ¡Aprendizajes previos! ¡Enorme! De esto, falta entre los mayores. Creo.
  6. Explicar muy despacio. Se nos olvida que algunas tareas, habituales para nosotros, son dificilísimas. Aprender a leer, por ejemplo. Hay que ir despacio, paso a paso, explicando todo, desde lo más sencillo, sin dar por supuesto nada. Poco a poco, muy despacio. Detectando errores para corregir tempranamente, estando atentos a lo que más cuesta. Es increíble la maquinaria educativa que nos conduce a disfrutar de la lectura, a coger gusto por el cálculo. Pues todo esto empieza abajo, con enorme precisión. ¡No hay nadie que no sepa leer! ¡No fallan! El secreto está en lo que digo: explicar muy despacio, asentando bien las cosas. A mí personalmente me llevó a una buena revisión sobre cómo estaba haciendo mi labor, a fijarme más en ciertos detalles, a construir secuencias bajo el lema «poco a poco, paso a paso». Si fallaba, volver a empezar, repetir con paciencia. Y, por otro lado, este explicar despacio estaba muy estudiado. Hay algo llamado «zona de desarrollo próximo» hacia la que tensionar paulatinamente.
  7. Organización enriquecida del aula. Las clases de Infantil son bonitas, bellas, cuidadas. Incluso los pasillos en muchos centros. Llenos de color, de mensajes, de aprendizajes. Lleva mucho tiempo -me consta- pero son una maravilla. El aula tiene rincones, esto aquí, estoy allá. Hay orden al principio del día y al final. Todo lo importante debe quedar reflejado físicamente. Es un espacio flexible, que se quita, se pone, se saca, se recoge. No sólo es divertido, sino educativo y motivador. Cuando hablamos de gestión del espacio, la gente de Infantil tiene mucho que decir. Sé que, al visitar las aulas de los mayores, ellos perciben espacios desaprovechados, experiencias sin explotar, huecos vacíos. Serían los mejores asesores de decoración de interiores educativos.
  8. Normas claras y sencillas. Ingenuamente uno piensa que los niños son buenos y obedientes. ¡Qué problemas puede haber con niños de 5 años, tan dóciles y pequeños! Y lejos de toda realidad. Quien lo ha probado, lo sabe. Uno aprende que cada etapa aporta su grano de acción para una convivencia en el aula. Es más, aquí se sientan las bases y fundamentos de todo lo demás, salvando lo que se hace en las familias. Aquí se aprende lo más básico, lo fundamental. Y se explica a través de historias, de cuentos, de imágenes, de experiencias… Se piensa, se aprende a pensar en ello de múltiples formas. Es espectacular. Entras en una clase de Infantil en la que todo está controlado y hay buen ambiente, y se respira. El caos es otra cosa.

Estoy profundamente agradecido a mis compañeras de Infantil y de Orientación por todo lo que me enseñaron. Nos seguimos riendo año tras año de mis torpezas. Sé que aprendí muchísimo como profesor, que no sería el mismo. Me aportó flexibilidad, interés pedagógico, mucha gestión del aula, valoración del trabajo en equipo docente, trato cordial con las familias, personalmente mucha paciencia y amor por esta vocación.

Tengo que decir que nadie se sentó conmigo a explicarme grandes teorías. Todo era muy práctico. Mis profesores de Magisterio me ayudaron decididamente a reflexionar sobre esto. Tuve un buen profesor de prácticas, que supo acompañarme en mis inquietudes.

Todo esto que hoy escribo, y más, entonces lo dije. Propuse en mi centro y en otros colegios que los profesores que empezaban pudieran hacer experiencias fuera de su etapa. Unas  horas, tampoco mucho. Unir el colegio creando lazos, aprender a mirar y gustar lo que otros hacen, generar aprendizajes recíprocos. Sigo insistiendo.

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joseferjuan