Cuando escucho cosas como estas («Las redes sociales destruyen la vida privada de las personas»), me entran siempre ganas de matizar.

Es cierto que asistimos a un uso de las redes en el que cobra mucha relevancia -a mi modo de ver excesiva- compartir y compartir la vida personal e íntima, lo que se ha llamado con poca fortuna «extrimidad«.

Si nos paramos a pensar a qué se debe, creo que la razón principal está en el uso que los más jóvenes hacen de ellas, al ser los que «más presentes están». No encuentro lo mismo, en los usos adultos. La pregunta que me surge es si los jóvenes que se están criando al abrigo de esta o esta otra red social, algún día cambiarán de estilo. Y si los que vendrán después de ellos empujarán en la misma dirección.

En cualquier caso, las redes sociales no destruyen nada por sí mismas. Ha sido, insisto, el uso que se les ha dado, la dirección y sentido que han tomado. Porque bien podrían, a mi modo de ver, haber cogido otro campo y haberlo desarrollado. Pero se han anclado, lo reconozco, en lo más personal e íntimo de las personas. Los más jóvenes no saben lo que supone, y nosotros tampoco, que su vida íntima se vea continuamente vulnerada a través de la difusión masiva de lo que hacen por medio de palabras, imágenes y vídeos. A mi modo de ver, esto influirá decisivamente en su personalidad, quizá más dependiente de las opiniones ajenas, más expuesta a los otros buscando aprobación y apoyo, más inseguridad personal y vulnerabilidad, por tanto. Además, lo que hacen, o así lo percibo yo, supone una gran ruptura de sus tiempos de silencio y soledad, de atención a sí mismos, que son fundamentales para la construcción de la propia identidad.

Pero otros usos y formas son posibles, no tan ligadas a «mí mismo» y más abiertas al conocimiento, a la relación, a la información, a la cultura.

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