El debate está abierto y es doloroso. Se mezclan muchas cosas que confunden más que aclaran. Unos por trabajo, otros por humanismo, otros por adaptación social, otros por pura instrumentalización de la educación, otros porque sólo piensan en el trabajo, cuando no en el dinero, otras por humanismo, por la felicidad, por la justicia.

Cuando pienso en la filosofía, en las clases de filosofía con jóvenes, encuentro una razón poderosa (y poco confesable muchas veces) para seguir abogando por ella: a mis alumnos les molesta pensar, les inquieta interiormente. Sea cuando pensamos quién soy, por qué vivimos juntos, si todo es puro fenómeno y opinión o hay alguna verdad y nos preocupa, si existe algo absolutamente bueno por lo que todo cobra sentido o si el sentido cada cual lo construye a su modo y manera… Da igual la cuestión que nos planteemos, si la tratamos con una cierta profundidad. Y está ahí la molestia, por decirlo de algún modo, que supone salir de la caverna de lo común y comenzar a tomar las riendas del propio pensamiento para poder reflexionar, deliberar, elegir. Evidentemente, mis alumnos no lloran en clase, ni sufren amargamente, pero sí les resulta exigente ese pensamiento, el propio descubrimiento de las ideas que llevan dentro ya, a pesar de su juventud, y dominan su vida.

En ese sentido, me parece que la filosofía, a diferencia de otras disciplinas muy valiosas, es la que más toma en consideración lo humano, lo más humano, lo auténticamente humano. Aunque pueda parecer lo contrario, lo principal en clase es la persona que vive y piensa, cada una de ellas. Y mi deseo más profundo es que pueda conocerse a sí misma sin tapujos, con una libertad radical, con valentía, y conociéndose sepa elegir y busque la felicidad. Por decirlo de otro modo, es lo menos inútil del mundo y quizá lo más necesario para la vida.

Después de la molestia, de la primera incomodidad y del despertar que provocan ciertas preguntas, que no se pueden forzar y que cada cual acoge en su medida, surge la admiración por la persona y por el mundo, y de su mano el asombro y la sorpresa. Cosas que se dan también en muchas otras cosas que toca la escuela y sabemos que son profundamente motivadoras. La diferencia está en el punto de vista desde el que ahora se puede contemplar y actuar, quizá desprovistos de método y necesitados indigentemente de él. Comienzan las grandes búsquedas, por ello toparse con otros que previamente han iniciado esta navegación. No para imitarlos, sino para contrastarlos, para pensarlos y dialogarlos, para discutirlos y recibir su herencia. Y así seguir avanzando hacia la felicidad.

He sido de lo menos técnico y preciso en estos párrafos. Ojalá alguien haya podido entenderlo. Como de costumbre termino con una pregunta: ¿Quién puede decir quién eres y cuánto tiempo necesitas para descubrirlo? ¿Podrás vivir bien sin conocerte a ti mismo?