El ser humano es una realidad compleja. Cuando la antropología pretende el estudio de la pregunta qué es el ser humano, normalmente comienza por darse cuenta de que está preguntando por sí mismo: ¿Quién soy yo? Luego, si es que esto es posible, lo objetiva, lo saca de sí y aleja la pregunta cuanto puede. Debe hacer ese esfuerzo de distancia, pero nunca será suficiente. Cuando un ser humano se pregunta qué es el ser humano nunca lo hace desinteresadamente, nunca lo hace despreocupadamente. Pero tampoco, y es importante darse cuenta de ello, tendrán lugar respuestas inocuas, sin consecuencias.

El ser humano se ha preguntado inevitablemente por sí mismo durante toda su historia, desde que es ser humano. La persona es consciente de sí misma antes y de un modo muy diferente a como es consciente de las cosas que le rodean o de la presencia de otras personas o seres a su alrededor. Por ejemplo, nadie duda de la dificultad que tiene el desarrollo emocional y la comprensión de los sentimientos de los que somos capaces y que nos invaden, y que esta pregunta nada tiene que ver con la descripción objetiva y temática de las propiedades de una tiza, de las que pintan en las pizarras o en los suelos de las calles.

Por otro lado, sabemos que el ser humano, como realidad hipercompleja, no es la suma de factores y su característica unitaria o integral no depende de uno o dos temas relevantes. Es más, cuanto mayor es nuestra capacidad de comprensión del ser humano lo que es más probable es que concluyamos que es más peligroso definir qué es. Conviene, dicho de otro modo, que la persona se mantenga como un ser abierto, dinámico, vinculado a eso que llamamos “vida” y que va desarrollándose, creciendo, expandiéndose en él. Si creemos que desde la antropología filosófica (porque quizá caben otras parciales) la totalidad del ser humano es explicable, lo que resultará será una monstruosidad o una barbarie. Si definir es determinar qué está dentro y qué está fuera, lo que pasaría es que convertiríamos la lista en una especie de formulario para condenar a muchos seres humanos a la irrelevancia o la muerte. Distinguimos, por lo tanto, que el ser humano tiene una definición ya digna y grande, pero mínima y que se da en la intuición. Sabemos quién es ser humano independientemente de su historia, acciones, sentimientos o pensamientos. Es de los nuestros al margen de la cultura, el lugar de nacimiento y características físicas. Hemos llegado rápidamente a la conclusión de que es un ser humano. Luego, al margen de esta dignidad que hemos establecido en occidente que es y debe ser respetada por encima de todo lo demás como una prioridad blindada por derechos, tenemos claro que no toda persona es igual, no toda persona es digna de la misma admiración, alabanza, elogio. La definición mínima de ser humano, que incluye su dignidad vinculada al derecho, no responde a la plenitud que es capaz de alcanzar. Decimos que un ser humano es alguien digno en otro sentido: en su grandeza, en todo lo que es posible para él, en lo que puede aportar a la realidad en su conjunto y a la humanidad en particular.