La atención es un tema de primer grado educativo. No sabemos siquiera ponerlo en valor suficientemente.

Frente a la atención, la distracción. Este ha sido el esquema tradicional. En el que no entraban más posibilidades que las posibilidades del alumno. Pero cuando nos hemos puesto a estudiar en asunto en profundidad, hemos descubierto (y suele suceder siempre así, dada la complejidad de lo humano y la supuesta irremediable tendencia a reducir lo ajeno a lo propio -mucha filosofía en pocas palabras-) que había múltiples aristas.

La atención varía, tanto del lado de quien la ejerce como del lado de quien la demanda. Y en una tarea como la educación del siglo XXI (quizá no en la educación segregada socialmente y clasistamente de otros tiempos) recae especialmente sobre quien la demanda. El aprendiz, el alumno del siglo XXI está sometido a una enseñanza OBLIGATORIA que nada tiene, desde el inicio, de feliz, de posibilitante, de enriquecedora.

Siendo profesor de Secundaria y Bachillerato, pienso en los alumnos «arrojados» a la escuela desde el inicio, en Infantil. En su inconsciencia, todo es separación. Los padres lo viven igual. No hay por ninguna parte, muchas veces, nada de progreso y mejora, nada de horizonte. Se da a la escuela lo mejor de nuestra vida, como padres, porque no hay más remedio que hacerlo. Es obligatoria (laboralmente, el «trabajo» de Marx y otros) desde el inicio. Pero cuando hablamos de familias que dejan a sus hijos en la escuela con 6 meses, es tremendo.

Se acostumbran a estar. La capacidad adaptativa del ser humano es impresionante desde el inicio. Su resistencia no es íntima, como dicen algunos, sino externa, vuelta al mundo. Dejan de llorar entre atenciones, pero aprende a no llorar la desatención.

Luego les pedimos, engancho con lo mío, que atiendan cuando no han sido atendidos, cuidados, mimamos cuando correspondía. No es crítica a lo que hay, que solventa problemas del modo más profesional, pero profesional significa restricción de lo humano, condena a no ser naturalmente lo que se es y verse invadido desde el inicio en una sociedad (tiene algo de personal) o mundo (más crudamente materialista e impersonal).  Es duro pensarlo, pero es así. Si nacer es un don inmerecido siempre e incalculable en términos objetivos (porque la vida no es «objeto» de nada), ser llevado a la escuela es un segundo arrojamiento a la realidad de un calado ingestionable, si no hay un entorno que haga verdaderamente comprensible al pequeño esta realidad.

Luego pedimos atención, en Secundaria y Bachillerato, donde los profesores entramos a saco con el contenido del día. Entraremos en una aula con (que no pocos viven como «frente») x alumnos, siendo x 30-40 adolescentes (imagíneselos cualquier madre o padre en clase, pidiéndoles del inicio hasta el final de una hora atención en el salón de su casa y reunidos… ¡puro arte! ¡arte etimológico en su antecedente griega!), y por adolescente entiendo algo tan bondadoso como quien piensa antes de actuar. Y toca gestionar las acciones de muchos en una simple hora. Lo digo por poner en valor todo lo que significa enseñar, y lo dignifica, frente a lo que es quejarse, lamentarse.

Exigimos atender, sin tener claro qué es.