Todos los días saco tiempo para leer, no todos los días consigo escribir. Hablar sí, dialogar se intenta. Hablar, como leer, depende en gran medida de mí. Pero intuyo a mis 38 años que ni escribir ni dialogar están a mi alcance todos los días. Cosa curiosa. Tiendo a pensar que están a una altura similar y son más similares de lo que en principio parecen.

Por cierto, para dialogar hay que hacer un trabajo de silencio y atención que en la lectura no existe. En la lectura puedo volver atrás, pensar y distraerme mientras estoy libro en mano. Escuchar, como escribir, es suspenderse a sí mismo y entregarse de algún modo a vivir lo que otro está pronunciando.

Hoy, mientras escribía, saltó la alerta en el móvil de la subida de estadísticas en mi blog La Casa Sosegada. El nombre del blog recuerdo que lo puse en la cocina, mientras esperábamos para cenar. En la anterior casa, no en la actual. Sentí que podía escribir estando la casa sosegada, recordando ese poema tan antiguo como tan nuevo que seguramente recordarás. Lo curioso de todo esto es que yo no estoy escribiendo nada en ese blog, a mi pesar, desde hace algún tiempo. Voy a oleadas. Y aunque quisiera siempre retomarlo no siempre escribo. Por respeto. Por sincero respeto. Porque hay días en los que conviene callar.

El silencio es tan bello y tan bueno, que de él sólo se puede esperar la verdad. El silencio acogido y vivido como tal, siguiendo vivo, ante la vida y ante el misterio. Nada hay en ese blog que no haya escrito en silencio y soledad, con mucho cariño y con un terrible despertar a ciertos asuntos que a mí me siguen sobrecogiendo. No están bien escritos la mayor parte de ellos. Lo sé aunque no los releo jamás.

Ahí lo dejo. Mi blog curiosamente, que busca abrir a un silencio muy íntimo, muy personal y muy sincero. ¡Ojalá fuésemos capaces de vivir, no ya con la verdad del mundo, sino con la propia verdad! ¡Y ante ella no temer nada, sino agradecer al vivirla y reconocerla en nuestras manos, para seguir adelante!