La educación no es fabricación. La imagen es una burda reducción y crítica a un sistema que, quien la ha hecho, no comprende nada de la educación. Nuestro sistema educativo es el mejor que ha conocido la historia. Y todo lo demás con comentarios y notas a pie de página. Aunque haya mucho «negocio» en torno a la educación, la educación nunca será esto.

El gran problema es que muchos padres y madres quieren meter a su hijo en «algo» (colegio, academia, grupo…) y dejar de involucrarse en todo esto.

Hasta donde yo sé, la educación, en el mejor sentido de la palabra, son relaciones. No de producción, sino de relación. En la escuela se producen múltiples relaciones. Entre el alumno y el profesor, con sus compañeros, con el mundo, con los distintos objetos de las distinta materias, con las normas de relación entre los grupos, con los métodos y formas de enseñar y de aprender… ¡Múltiples relaciones!

De un mismo centro surgen, y terminan alumnos de muy diferente índole. Valorar todo es imposible. Pero desde mi experiencia hay dos relaciones que son, sinceramente, determinantes, y nos involucran más bien poco a los maestros y maestras, profesoras y profesores:

  1. Entres los compañeros. He dicho, no pocas veces a mis amigos, que lo que a mí me gustaría «controlar» en la vida de mi hijo sería la relación con sus compañeros de clase. Es decir, qué tipo de compañeros tiene y cómo se relaciona con ellos. No discrimino, en ningún sentido. Me interesa mucho que mi hijo se eduque para un mundo mejor del que no quiero eximirme. No pretendo que mi hijo viva en un mundo mejor que el mío, en el sentido de cargar sobre él responsabilidades que son mías. Esas prefiero cargarlas yo mismo. Lo que deseo es que mi hijo cargue con espontaneidades más allá de las de mi mundo. Dejar a mi hijo nuevos retos que yo no he podido asumir. Pero con todo, lo más importante es en qué entorno crece mi hijo cuando yo no estoy en él. Y no exijo a sus maestros y profesores que estén donde yo no llego. Asumo el reto de que esto es imposible.
  2. Con la propia familia. La educación de mi hijo depende de mí. Directamente de mí, por mucho vértigo que me dé esto. Todo lo demás es querer poco a mi hijo. Este punto es esencial, lo más cierto de todo lo que podemos pensar. Lo más radical. Difícil es asumir lo contrario. Soy absolutamente responsable de la vida de mi hijo y todo lo demás son cantinelas. Tanto en el tiempo y recursos que podré dedicarle, como en el entusiasmo por los aprendizajes, el valor de la cultura, el amor al saber, la búsqueda de la vida buena como vida feliz, en su capacidad para la frustración, en el modo como se ve a sí mismo… La familia es el primer mundo al que se incorpora y en ella encuentra todo lo que necesitará como esencial para su vida, o no lo encontrará y buscará por doquier.

Lamentablemente la familia está en segundo y tercer lugar.