Dentro de poco participaré en un encuentro de profesores innovadores. Tengo muchas ganas de conocer a varias personas con las que ya tengo contacto digital y me encanta lo que hacen. Deseo sinceramente aprender de ellos. Ciertamente vivimos un tiempo en el que la innovación parece ser necesaria para asumir los retos del presente (y futuro) y con mucho empuje algunos profesores excelentes y muy competentes se han lanzado a ello. ¡Lo celebro!

Ahora bien, esto no significa ni denigrar ni considerarse mejor que otros. Ni mucho menos. Es más, en estos tiempos cambiantes, conviene reconocer sin deslumbrarse por falsas novedades, que algunos profesores y maestros, de los de toda la vida, hacen su trabajo con excelencia. Con una tiza y una pizarra dinamizan la clase. Algo para lo que otros necesitamos (me incluyo) tablets, multitud de recursos, ideas maravillosas y no sé cuánto más. Admiro a estos compañeros fieles y constantes. Al menos en una parte.

Unos (los innovadores) no deben negar los otros (los no innovadores), y crear enfrentamiento entre ellos. La historia no avanza así. Es falso que esta tensión dé a luz algo mejor al mundo (la síntesis). Es más, en detrimento de tanta lucha y de tanta postura atrincherada, lo que me encantaría sería colaborar unos y otros para hacer algo mejor para los chavales. El tiempo que vivimos exige esta reflexión, por bien de la propia educación y de la misma historia.

A los que vienen de no sé qué países, con tradiciones y culturas diferentes, a vender una educación distinta e imposible (pero de paso escriben libros y dan conferencias), les diría que hacen flaco favor insuflando «deseo de ínsulsas maravillosas» que no se pueden alcanzar. Por contra, frente a los vendedores de educación y recursos «pseudomágicos», están aquellos que dan poco a poco su vida en la escuela, buscan hacer lo mejor que pueden su tarea y se preocupan diariamente por sus alumnos.

Para los innovadores, como yo, desearía humildad para no creerse mejor que nadie, ni pensar que vemos y entendemos el mundo a diferencia de otros. Y mucha prudencia, porque sabemos que en nuestros cambios está en juego algo muy importante: la vida de nuestros alumnos, su interés por aprender, su afinidad con la cultura, su deseo de transformar el mundo para mejorarlo. Sólo eso, que quiero para mí el primero, humildad y prudencia. Y, puestos a pedir, si puede ser mejor no venderse.