Leo en un libro, esta misma mañana: Es preciso distinguir entre «decir» y «hablar». No trasmito bien con mis palabras la preocupación del escritor. Vuelve a leer la misma frase pero preocupado: Es preciso distinguir entre «decir» y «hablar». Yo me imagino al escritor, llegado este momento de su reflexión, casi dándose golpes con la cabeza en la mesa, o levantando entre aspavientos los brazos, o moviéndose sin parar por la habitación y deteniéndose de golpe. Como si hubiese llegado a un punto sin salida.

Cuando le he leído, sin querer, interpreté aquello más típico que distingue entre contemplar y ver, entre escuchar y oir. Me parece, en cierto modo, más de lo mismo. Pero nunca hasta hoy lo había leído. Y quisiera dejar claro este punto. En ocasiones se habla de palabrería, como desprecio de la palabra o como palabra meramente aparente. Pero no entre dos verbos, entre dos acciones. Y reconozco que me ha gustado.

¿En qué se diferencian, a mi modo de ver?

  1. Hablar significa originalidad y propiedad de la persona, en singular. Como palabra propia, frente al decir que puede ser mera introducción al discurso de otros, no propio sino robado injustamente a aquel que sí habló. Hablar implica una primera persona muy especial, y respetuosa. Capaz de aportar lo suyo, frente a quienes forman parte del decir, que es la masa. Y de lo que se dice por ahí, sin que nadie hable por sí mismo. No serían por tanto habladurías, sino dicerías, aquello que genera la masa.
  2. Hablar conlleva acción y compromiso. La responsabilidad clave de la apropiación. Ya que las palabras salen de la persona, y no del individuo según parece, ejercen una acción. Toda palabra, en mi opinión, crea el mundo, o al menos ayuda a crearlo y sostenerlo, casi tanto como en su permanente destrucción y desaparición en el tiempo. Solo algunas palabras, privilegiadas por la memoria, consisten persistir a pesar del empeño de quien todo quiere destruirlo y derribarlo. Hablar es crear, es una acción positiva. Decir es aparentar meramente, falsear el mundo, fantasear sin consistencia, dar forma a castillos en el aire. Si tuviese que relacionar una de las dos con la justicia diría que es la primera. Hablar es hacer, obrar, generar, inaugurar, comenzar nuevamente el mundo.
  3. Hablar requiere personalidad y carácter, sin esa difusión y desdibujamiento de quien no quiere aclarar nada. Lo contrario, por así decir, de la confusión. Se pueden componer poemas y libros sacando palabras de bolsas y relacionándolas entre sí. Aparente sabiduría, mero entretenimiento de quien no tenía nada que decir y solo quiere hacer pensar a los demás en la nada. El decir por decir, sin pensar en las consecuencias, que solo crea confusión tras confusión, y desencanto. Hablar viene a ser significar y destacar la esperanza, por encima de realismos ramplones e imaginaciones pretéritas.
  4. Hablar tiene que ver con el bien. Y por lo tanto, también con el silencio. Callar y hablar comparten algo más que vocales. Son indispensables mutuamente. Hablar en relación al bien es algo más que decir. Es muy necesario, urgente, un aspecto crítico del mundo que permite la cercanía o genera distancia. La palabra está hecha para comunicar, que es acercar. Por eso debe tener obligatoriamente relación al bien. No solo hablar bien, sino callar el mal. El mal no se calla con gritos. Nunca fue posible. Grita quien sufre el mal. Pero acalla el mal quien no habla, quien no dice nada, quien sabiamente da paso al silencio y espera, a su vez, una palabra mayor que la suya. De ahí acallar. La palabra en el hablar es una palabra servil, en relación al bien, a la bondad, a la belleza. Es una palabra verdaderamente útil y humilde.
  5. Quien dice y dice y dice pretender brillar, brillar y brillar. No hay, en mi lenguaje, un hablar por hablar. Sería imposible. Pero sí un decir por decir, sin medida, ni cálculo, ni mesura, ni prudencia. El decir por decir es un llamar egoístamente la atención. Solo quiere señalar que él está en el mundo, aquí y ahora, pero nada hay en él que remita más allá de sí mismo. El mundo se termina en aquello que dice. Sus palabras no están habitadas por nada más, no hay trascendencia en su lenguaje, en su palabra. El decir está desorientado, carece de horizonte, es vagabundo en el mundo dando vueltas sobre sí mismo. El hablar, en cambio, remite. Tiene, como la palabra remitir significa, una misión que cumplir. Por eso, y no por ella misma, está aquí y ahora.
  6. Hablar, en relación a asumir las consecuencias de las palabras. Decía antes que toda palabra, indiscutiblemente, abre cauces nuevos, es creadora y genera, provoca y evoca, suscita y clava. En ocasiones, las palabras sirve para introducir gérmenes, no para hacer germinar. Hay palabras que, por el mismo hecho de que están sueltas por el mundo sin más, sin que haya responsables que las aten, no empapan ni mojan la tierra para que dé frutos, sino que nublan. Asumir las consecuencias de lo que hablamos.
  7. Hablar, por su misma bondad, se dice de frente. A las espaldas no hay dignidad para decir nada conveniente, ni justo. La palabra justa se dice para que otro pueda escucharla. Nunca se dice de otro para que no pueda escucharla. Esa palabra porta una intención endiablada. Lo que viaja por la espalda de las personas que no se
  8. Hablar vincula, relaciona. La realidad es que las palabras habladas nombran y dan entidad. También es cierto que estas palabras habladas muestran, enseñan, revelan por así decir, aquello que de por sí habla un lenguaje diferente. La realidad habla el lenguaje de la belleza y la verdad. Pero se hace audible cuando se convierte en palabra. Se revela más, de algún modo mejor. Se hace más comprensible, y, por tanto, más libre.

Como siempre me pareció, no hay diferencia real entre escuchar y oir, entre contemplar y ver, ni tampoco la hay entre hablar y decir. He exaltado una de las dos, muy arbitrariamente. Pero esa arbitrariedad y artificialidad, en el mejor sentido de la palabra, es verdaderamente fundamental. Muy importante. Creo que ya sabéis por dónde voy. Podéis continuar vuestra lista desde la experiencia.