¿A que no siempre esperamos respuesta cuando formulamos preguntas?

Ayer envié un mensaje (de texto) a una persona querida. Estoy seguro de que ha llegado, que lo ha leído y que lo ha comprendido. Por unos momentos esperé algún tipo de confirmación personal, más allá de mi confianza en las nuevas tecnologías. He hablado con otras personas, y les sucede exactamente lo mismo; nos quedamos mirando la pantalla, o pendientes del móvil. Algo automático me hubiera resultado igualmente frío e insatisfactorio. El mensaje era personal.

Lanzado un mensaje al mundo se aguarda una señal. Esto lo saben hasta los niños con sus sollozos y los padres con sus sonrisas. Es como mirar al cielo.

Los tipos de respuesta pueden ser múltiples. Pero esperamos una respuesta.

En verdad, el silencio puede ser una de las respuestas más contundentes. Cuando alguien se calla mientras estás hablando con ella, e incluso le pides que participe, resulta muy elocuente. Pone distancia, marca diferencias. Pero por mensaje no es lo mismo. Siempre quedará la duda sobre lo que está sucediendo. Sobre si quiere o no quiere, sobre si no sabe qué decir o cómo, sobre si está pensando.

A pesar de todo esto, siempre esperaremos respuesta. Toda persona que habla desea ser escuchada. Lo contrario, la cerrazón y el aislamiento, parecen la negación misma de la esencia de la persona. Porque no hay peor mudo que el que no quiere hablar.