Condenar por condenar, me parece ridículo. Creer que existió un tiempo de resignación, y que ahora es algo pasado de moda y superado, me resulta una pobre opinión ideologizada; bien porque yo no viví antaño, cuando se supone que todo era aceptación irracional y una cascada de sufrimiento golpeando por doquier, bien porque quizá, por otro lado, escucho y defiendo la necesidad de aceptar la frustración y el fracaso en cierta medida. Todo esto viene a propósito de un discurso que recientemente he escuchado en forma de «sermón» lanzado al aire, ignorando demasiado sobre quiénes lo estaban recibiendo.

Lo que, a mi humilde entender, no ha sido superando con el tiempo ni las modas, y cada vez se me antoja menos lejano y más real y humano, es el ideal de moderación y prudencia aristotélica. Este sabio, al menos, no desechaba sin más y a la primera cualquier cuestión que alguna ocasión se hubiera manifestado útil y práctica y buena en el camino de la persona y de la sociedad. ¡Qué menos que aceptar que no todo es aplicable a todos en cualquier momento! ¡Qué menos que considerar la relatividad de las cosas del mundo en el que vivimos, precisamente porque existe lo Absoluto e Incondicional!

No voy a defender la resignación por la resignación, aguantar a toda costa, ni mucho menos. Entraría el hombre en la dictadura de las circunstancias olvidándose de sí mismo. Sin embargo, creo que hay algo, puede que mucho, en la actitud de resignación que deberíamos aprender por ser valiosa e interesante:

  1. No todo se puede cambiar, es decir, hay realidades que afrontar decididamente. De lo contrario, el que sufre es idiota, como mínimo, y quien recibe mal es porque no se supo colocar en el teatro del mundo en un lugar más destacado.
  2. No puedes crear tu propio mundo, ni encerrarte en tus ensoñaciones. Porque es evidente que el mundo en general podría ser mejor, como también lo es que yo mismo podría ser mejor de lo que soy, vivir mejor de lo que vivo, ser más bueno de lo actual y presente, etc… etc… etc…
  3. Aceptar, no sitúa verdaderamente en la realidad como lugar de partida. Aquí no te vas a quedar, como tampoco te vas a quedar ahora. Aceptar significa igualmente considerar la realidad cambiante, en constante movimiento y acción. De donde surgirán, por otro lado, excelentes preguntas como ¿hacia dónde quiero ir?, ¿hacia dónde estoy yendo?
  4. Ayuda a distinguir y discernir esfuerzos. Es agotador evitar lo insalvable, creer que pensando en otras cosas no llegará irremediablemente tal o cual día, como también resulta ingrato estar escurriendo la responsabilidad personal en todo momento. Toda huida pagará su peaje más pronto que tarde. Pero en positivo significa saber en qué puedo realmente hacer esfuerzos que merezcan la pena y den resultados, y en qué no voy a obtener ningún beneficio (en su sentido etimológico, qué no me hará ningún bien).
  5. ¿Se pueden elegir circunstancias? No todas, pero algunas sí. Personas que nos rodean, tampoco todas. Lugares, no absolutamente. Sin embargo, pequeñas decisiones pueden cambiarlo prácticamente todo. Al menos dentro del sistema. Establecerán referencias nuevas, revelarán lugares de descanso desconocidos, palabras distintas, ánimos y fortalezas que no son propios. La idolatrización del sujeto, frente a las circunstancias, sólo conseguirá reducirlo en su agujero de intimidad y pensamientos desprovisto de realidades y vida. El tiempo es inalcanzable a la libertad, aunque no lo son del todo los tiempos y ritmos.

Supongo que mucho más se puede decir en favor de la resignación. De momento, llego hasta aquí. Sin desear que se absolutice nada que no sea absoluto. Y la resignación por sí misma me parece un valor inaceptable. Como ella misma se define, habrá que ver las circunstancias, los momentos, las personas concretas de carne y hueso. Ellas serán siempre las verdaderamente importantes, lo verdaderamente absoluto e incondicional del mundo.